-Entonces, tu preguntas con tu habitual galantería lagartoniana al mesonero acerca de ese tal Capitán Istrad... -comentaba medio distraída Sirena, mirando hacia la halfling que se sentaba en la mesa al lado de la chimenea del local, esforzándose en calentarse las manos. Inútilmente, quizás, dado que el fuego estaba apagado. Pero no era lo mas raro que había visto nunca, tampoco. Una vez, en otra posada en otro sitio muy, muy lejano, había visto con sus propios ojos de mediana a un enorme demonio con el torso desnudo, su piel rojiza llena de arcanos tatuajes hechos de un material que refulgía y se movía como si de lava viva se tratara...
-...Sí, y mientras tu intentas escuchar a ver si captas algo interesante, ¿esa es la idea, no? -dijo Shirgol, su dracónico acento marcando con su especial musicalidad cada sonido sibilante.
-...Mmm, el demonio de tatuajes de lava...
-¿Qué?
-¿Qué? Sí, sí, me voy a deambular, tu pregunta por nuestro flamante capitán, necesitamos esos papeles de exención, ¿eh? Le dije al señor reclutador que no me llevarían presa, y soy una halfling de palabra... -las últimas palabras fueron perdiéndose en el bullicio de la taberna según la barda se alejaba, con la mirada puesta ya en otro sitio.
Shirgol vio a la mediana alejarse. "De palabras, de muchas palabras. Eso es lo que me preocupa..." pensó, más que dijo, el draconiano. Acto seguido, se giró en dirección a la barra, meditando acerca de si debería ofrecer dinero o fuego, a cambio de la información esperada.
Sirena sorteo ágilmente, casi dando rítmicos saltitos, a los atareados camareros y a los ociosos parroquianos mientras se acercaba a la mesa frente al hogar. Cuando estuvo a la distancia adecuada, se detuvo. Lentamente, con gestos entrenados, descolgó su laúd, y agacho la cabeza de forma que los largos mechones castaños le cayeron sobre el lado tatuado de la cara. Cerró los ojos, y se concentró. La sincronización debía de ser perfecta. Dejo entonces que sus dedos empezaran la conversación, con unos suaves acordes de alegre resonancia. Cuando su sentido bárdico, entrenado en mil actuaciones, le avisó de la atención de su objetivo, abrió los ojos, y la miró directamente. Ya tenía su atención, y la del resto de patanes de alrededor, pero ellos no importaban ahora. Sin romper la conexión creada por sus miradas, avanzó hacia ella, sin dejar de tocar su instrumento. Con la pierna, cogio una silla de la mesa de al lado, y la coloco al lado de la halfling y, prácticamente en el mismo movimiento, se sentó, sin que la alegre melodía de "Verano en las islas tortuga" se resintiera lo más mínimo. Terminó el último acorde, y giró la cabeza en el momento justo, desvelando los intrincados tatuajes que cubrían la otra mitad de su cara. Noto por su lenguaje corporal, y la ligera dilatación en las pupilas con su último movimiento, que tenía toda su atención. (Antes de que pudiera disponerse a lanzar una serie de preguntas destinadas a recabar información, su interlocutora pregunto primero.)
-¡Vaya, ha sido impresionante! ¡Que habilidad! Tienes pinta de ser una gran aventurera -dijo tan rápida como alegremente la mediana.
-Bueno, si, ciertamente lo soy. ¿No serás por un casual tu también una Frihas? ¿Gran Meseta? -añadió al final, tras ver su cara de desconcierto inicial.
-No, no, no soy de alli, aunque me encanta ese lugar y su gente, me parecen muy... alegres. Y oye, seguro que tu has viajado mucho, ¿a que si?
-Por supuesto, mucho. Muchísimo. Y a sitios muy lejanos, algunos de los cuales aún no tienen ni nombre... ¿Y tu, has viajado mucho?
-No, yo apenas me he movido a ningún lado... ¿Cual es uno de esos sitios tan lejanos? ¡Cuentame cosas, por favor!
-Por ejemplo, ¿has oído hablar de la festividad de Ruan-Hem, celebrada en Saaren? Es, posiblemente, una de las festividades más desbocadas que hayan existido nunca, tan interesante, como peligrosa, ¡y puedo asegurarte que es muy entretenida! -en algún rincón de su cabeza, una voz murmuró algo acerca de preguntar algo acerca de algún capitán, pero, decididamente, aquello no era importante ahora.
-¡Oh! -La halfling abrió aún más los ojos-. ¿Te sucedió algo allí? ¡Cuentame mas!
-Bueno, bien, te he dicho que es un sitio peligroso, de las mas peligrosos, de hecho, y no es exageración (¡aun no me conoces, pero yo nunca exagero!). Verás -comenzó, mientras suavemente entonaba una hipnótica melodía con el laúd-...
"Me encontraba yo paseando por las calles de Saaren, disfrutando del vivo bullicio que se siente y se respira esos días tan caóticos, cuando escuche unos gritos provenientes de unos de los callejones laterales a la gran avenida (¡cuidado siempre con los callejones, amiga, se pierden más que se encuentran cosas en ellos!). Por supuesto, unos gritos más, o unos gritos menos, en plena festividad de Ruan-Hem, son indistinguibles unos de otros. A no ser, claro está, que tus oídos estén entrenados no solo en el sublime arte de la música con instrumento, sino también en el de la música con espada. Me deslice suavemente hacia el lugar de los gritos, y, oculta por las sombras como solo alguien que ha aprendido a amarlas y a aceptarlas como parte de su mismo ser puede hacer, pude ver como un hermoso caballero, de ricos ropajes y hermosa faz, era asaltado por un grupo de siete (no, ¡diez!) enormes orcos, grandes como establos, feos como lo que se recoge en su suelo. El bello caballero estaba protegido por una reducida guardia de cuatro hombres, pero no tuvieron ninguna oportunidad frente a sus asaltantes. Su vida corría inminente peligro, y no tuve más remedio que intervenir. Desenvaine mi acero, y salí a la luz:
"Siento interrumpir esta pequeña fiesta", dije arrastrando el hierro por el suelo, su chirriante cadencia acompañando mis palabras, "pero no puedo evitar tener la sensación de que este gentilhombre no ha sido formalmente invitado, y eso no es lo peor", deteniendome, miré directamente al que parecía el líder de aquel grupejo de malencarados rajabolsas, apoyado en el muro tras sus secuaces, medio oculto en las sombras que la luna no conseguía aclarar, "lo peor es que todo el tiempo que está ocupado con vosotros, no está bailando conmigo". En ese momento me lance contra el enemigo que tenia mas cerca y, ¡zas! una estocada certera, y uno menos en la docena. Sin dejar de moverme, fluyendo como el agua, esquive tajos, paré mandobles y devolví cuchillos al vuelo mientras uno tras otro de aquellos patanes iban cayendo bajo mi acero y mi magia.
Finalmente, solo quedó en pie el líder de aquellos patanes, quien había estado esperando de pie, con una sonrisa socarrona fija en su despreciable cara. Entonces, dió un paso fuera de las sombras, y pude observarle mejor. Una cuidada armadura de cuero negro delimitaba una figura poderosa, de anchos hombros y poderosos pectorales, destacando sobre ellos un emblema en plata oscura, prendida del lado del corazón. El temido emblema de los Susurros del Abismo, el clan asesino que se mueve entre la leyenda y la realidad, ya que son tan pocos quienes han combatido con ellos (¡y menos aún los que han sobrevivido!), que su nombre se asocia más a historias contadas en noches de hogueras, que a los auténticos recolectores de almas que en realidad son.
Descruzó los brazos sin mediar palabra, dejándolos colgados a cada lado, la despreciativa sonrisa siempre presente.
Me invitaba, claramente, a un duelo mortal.
Envainé mi fiel acero, y esperé yo también en la misma postura, inmóvil, a que empezara la que sería una apasionante canción con sabor a sangre y sudor.
Nos miramos fijamente durante lo que parecieron unos segundos interminables, rotos solo por la respiración entrecortada del bello joven con el que pronto olvidaría los golpes que ahora dolían.
Entonces, con una velocidad que desafiaba a aquella con la que los ojos pueden percibir el movimiento, el asesino alzó la mano, lanzando un dardo de pura energía mágica, que esquivé en el último instante lanzandome mediante un arriesgado giro en el aire, que aproveché para lanzar un par de dagas que fueron (hábilmente, he de admitir) detenidas mediante la conjuración de un muro de espinas.
En ese instante decidí jugar mi carta de efecto, y mediante un sencillo truco aprendido de los sacerdotes bailarines de fuego de la isla-estado de Seilán, multiplique mi imagen en cuatro copias simultáneas, que se lanzaron desde diferentes flancos hacia mi objetivo, quien, viéndose arrinconado, explotó su defensa anteriormente conjurada, destruyendo mis señuelos y clavandome profundamente una esquirla aquí, en el hombro izquierdo. A pesar del dolor que esto supuso en el momento no detuve mi avance, sabiendo que podía ser mi última oportunidad de colarme en su círculo interior, y en un único movimiento suave y preciso, saque mi estoque y lo hundí hasta la empuñadura en el pecho de aquel malnacido. En ese momento un grito, de rabia más que de dolor, emergió de mi enemigo, y note como mi brazo se agarrotaba y entumecia, hasta el punto de quedar reducido a un miembro inútil sobre el que nada sentía. Caí de rodillas, y durante unos instantes fui incapaz de percibir nada a mi alrededor. Poco a poco fui volviendo en mí, y entonces vi como aun sujetaba mi arma, ennegrecida y destrozada ahora, fundida con el pecho del asesino-mago, quien se había convertido en un cadáver seco, momificado y ennegrecido, como si de una vetusta momia se tratara.
Escuche una voz a mi espalda. El joven noble al que había salvado se acercaba titubeante. "No se como daros las gracias, mi señora, por el favor que acabáis de darnos", dijo con aterciopelada voz, "Si algo hay que vuestra merced necesite, y que en mi mano este, os juramos que os será dado", terminó.
"Igual mi merced sí necesita algo de vos, e igual podríamos ir a concretar los detalles a algún lugar más... íntimo", dije mientras miraba al ruborizado mozo, comprobando que efectivamente no había menospreciado su atractivo físico...
Lo que vino a continuación de aquello son aventuras de otra índole, que deberán permanecer en el misterio de las historias nunca contadas…"
La barda terminó su relato, apoyando los pies sobre la mesa. Cambió el acelerado ritmo que había estado imprimiendo a su laúd por unas notas más suaves.
-¡Todo eso ha sido increíble! -exclamó la halfling.
-¿Verdad? Suelen decírmelo -dijo Sirena, sonriendo abiertamente-.
-Sí, ha sido genial, pero ahora tengo que irme...
-¡Oh! Una lástima... ¿Quieres, quizás, que te acompañe? Las calles pueden ser peligrosas a estas horas...
-No, muchas gracias, no hay ningún problema... -sin dejar de sonreír ni de mirar a su interlocutora, la mediana rebuscó en sus bolsillos, y extrajo de ellos un extraño disco de oro, del tamaño de una moneda, pero sin dibujos en los lados. Lo dejó sobre la mesa y, empujándolo hacia la barda, dijo-: una moneda por una buena historia. Ha sido un placer conocerte, Sirena.
-El placer ha sido todo mío, ojos bonitos.
Cogió la moneda con una mano y la hizo flotar sobre los nudillos, todo en el mismo movimiento, mientras veía como su interlocutora se levantaba y se dirigía a la salida.
Entonces unas voces llamaron su atención. Recostandose en la silla y echando la cabeza atrás, miró en su dirección. Su nueva compañera, la llamada Mavra, parecía estar teniendo algún tipo de discusión con un corpulento humano de corte marcial.
Quizás necesitaría ayuda.
Sin perderles de vista, empezó a tocar una tonada de ritmo vivo, y se dispuso a observar los acontecimientos, sin levantarse de la silla.